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Érase una vez un 23-F…

25 Feb

La noche del domingo 23 de febrero de 2014, se emitió en el canal de televisión la Sexta un programa titulado ‘Operación Palace‘, a cargo de Jordi Évole, el popular artífice de ‘Salvados‘. Vayan aquí unas breves reflexiones a raíz de ello. Espero que nadie se sienta ofendido por ellas, ya que mi intención no es otra que poner en el punto de mira ciertas actitudes y conductas que mostramos con respecto a la fiabilidad de la información. Pasen y vean. Lo que se crean o no, es cosa suya.

Según la promoción casi viral de los días previos al especial, ‘Operación Palace’ prometía revelar hechos sorprendentes y hasta ahora desconocidos sobre el intento de golpe de estado en España el 23-F de 1981. Todo lo relacionado con ese suceso siempre me ha llamado mucho la atención, así que fui uno de los 5.2 millones de espectadores que sintonizó ese canal a esa hora para ver lo que tenían que contar ahora algunos de los testigos y protagonistas de aquel suceso.

La entradilla me dejó algo descolocado, ya que el hecho de que el Oscar del año 83 a Garci por ‘Volver a empezar‘ tuviese algo que ver con el 23-F, era de lo más surrealista. Así lo escribí en mi muro de facebook, casi en tiempo real, y enseguida un amigo me dijo que el reportaje era un falso documental, de ahí el eslogan con el que se había venido anunciando el programa: “¿puede una mentira explicar una verdad?”. A la luz de ese ‘spoiler’ me puse en guardia y vi el documental con otros ojos, mas propios de un espectador curioso ante la osadía de hacer algo así, que por las supuestas revelaciones sobre la operación secreta que se narraban en él. Queda para la imaginación el aventurar cómo habría reaccionado yo de no haber estado sobre aviso, aunque es probable que este artículo tuviese un cariz radicalmente distinto en caso de haberme decidido a escribir sobre ello.

A la vez que por facebook, durante la retransmisión también estuve en contacto por whatsapp con un par de colegas, a los que les dije que se trataba de un mockumentary. A pesar de ello, no me creyeron y asistieron a todo el programa como si fuese cierto todo lo que en él se contaba. La causa de que no me creyeran no se debe a que no confíen en mí (al menos, eso espero), sino que más bien les resultaba inconcebible que alguien se atreviese a montar semejante farsa sobre un suceso tan importante, contando además con la complicidad de personajes públicos y testigos de cierto prestigio, y mucho menos, sin prevenir antes a la respetable audiencia. Estos colegas acabaron indignadísimos y comparten esa postura con miles de espectadores que se sintieron estafados y que no sólo expresaron su disgusto con Jordi Évole, sino con la Sexta en general, y seguro que muchos de ellos ya han vetado a esa cadena en sus televisores. Mi opinión es que tampoco es para tanto, simplemente ha sido un experimento curioso sobre el poder de los medios en la transmisión de la información y la percepción que tenemos de su veracidad, aunque de ahí a compararlo con la retransmisión radiofónica de ‘La guerra de los mundos‘ de Orson Welles, como han sugerido algunos, hay un abismo.

¿Cuál es el motivo de ese enfado casi infantil de buena parte del público contra un programa, un hombre, y/o toda una cadena? Yo no me considero ningún lumbreras (más bien al contrario, ya que reconozco mi mediocridad en temas de política, economía, etc.), así que más que analizar su alcance, me limitaré a plasmar unas impresiones casi a vuela pluma.

Si lo que pretendían sus artífices era provocar, lo habían logrado con creces. Leyendo en las redes sociales las reacciones de la gente justo tras terminar el programa, las palabras que más se repetían eran “estafa”, “decepción”, “engaño”, y otros términos de corte similar. También había otros mensajes de felicitación y enhorabuena, por lo que los debates crecían como la espuma. Yo casi me entretuve más comentando la jugada en las redes sociales, justo al finalizar el programa, que mientras la retransmisión del mismo.

Mucha de la gente que se sentía disgustada con el programa lo estaba por haberse creído lo que estaba viendo: ellos confiaban en que estaban asistiendo a algo real, y Jordi había traicionado esa confianza. Había otros motivos, ése no era el único, pero detrás de muchas opiniones se apreciaba un malestar casi más con ellos mismos, por habérselo tragado, que contra el autor del supuesto reportaje. Y ahí creo radica una de las claves de todo este asunto. El propio Évole grabó un mensaje de disculpa y explicación, que se emitió tras el programa, y donde justificaba esta especie de experimento, concluyendo que deberíamos ser mucho más críticos con la información que damos por cierta, ya que «seguramente otras veces les han mentido y nadie se lo ha dicho».

Seguramente otras veces nos han mentido y nadie nos lo ha dicho.

Para mí eso es lo más importante de todo este asunto. No es que Jordi Évole nos la haya metido doblada, sino que lo ha revelado al final. Pensemos a nivel político, que quizás resulte lo más fácil. No creo que haya nadie que dude que los políticos mienten. Quizás no todos y quizás no siempre, pero mentir, mienten, llegando incluso a mentir de nuevo cuando los pillan. Además, los medios de información son a veces parte activa y a veces parte pasiva de estos engaños. Cualquier tipo de noticia necesita una comprobación previa a su publicación, tarea que delegamos en los redactores y cronistas, ya que si tuviéramos que verificar nosotros mismos cada una de las noticias que leemos o vemos, no nos daría tiempo para nada más. Luego viene la redacción de la noticia, ya que no se trata sólo de relatar un hecho comprobado y verificado, sino que suele implicar el interpretarlo y relacionarlo con el contexto de la actualidad. Hay numerosos filtros según se va engendrando la noticia para llegar por último a nosotros. Nuestro sentido crítico no funciona igual en cada situación. Por ejemplo, yo no me fío lo mismo de lo que me diga un vendedor, que de lo que me diga un colega. El fallo en todo caso es en parte nuestra responsabilidad, al bajar nuestro nivel crítico cuando vemos la televisión (decía Homer Simpson en un episodio de ‘Los Simpson’ que «cómo va a ser mentira si lo acaban de decir en la tele»). Con la prensa escrita ocurre lo mismo, y si no, sólo tenemos que ver las portadas de cualquier día de los distintos periódicos y ver cómo están elegidas las portadas y los titulares. Mismos hechos, distintas noticias.

Lo de fiarse de fuentes fidedignas no está exento de riesgos. Sirva como ejemplo, las famosas cadenas de correos o hoax que circulan por la red. Siempre nos llegan de un conocido y nos piden enviarlas a otros conocidos, ayudando así a la multiplicación exponencial de una mentira. “¿Cómo no va a ser verdad si me lo envía fulanito?”. Pues fulanito nos engaña. Bueno, no a propósito, pero a la vista de cualquier cadena de sms, es obvio que sí que nos engaña enviándonos una información que ha dado por buena sin contrastar, y eso que en estos casos sólo bastaría con hacer una simple búsqueda en Google para destapar el bulo y detener la cadena. Si el motivo de actuar así es por credulidad o por vagancia (la coletilla del “por si acaso”), es una cuestión muy interesante. Yo soy de las personas que no solo intenta detener esas cadenas, sino que respondo a quien me la envía, llegando a pedirle que difunda mi mensaje a modo de contra-cadena para avisar a todos sus contactos a los que se lo envió junto a mí, así como también a quien se lo remitió en primer lugar. Ni que decir tiene que suele ser inútil, y mi mensaje no llegará a reenviarse ni una sola vez (con suerte me responderán dándome las gracias por avisar). La sensación de que le digan a uno que ha sido víctima de un engaño es demasiado bochornosa como para encima andar admitiéndolo y pregonándolo a los cuatro vientos.

Cada día damos por buenas ciertas informaciones cuyas implicaciones finales no siempre son tan inocentes como compartir una foto para supuestamente ganar un iPhone. Ya ha habido errores de bulto al propagar noticias de cierta gravedad sin haber tenido la precaución de contrastarlas, perjudicando seriamente a las personas afectadas. Las disculpas están bien, pero corregir el mal una vez hecho no es tan fácil. Los grandes acontecimientos, como la llegada del hombre a la Luna, o el asesinato de JFK, o el 11-S, o el 23-F, o lo que sea, son campo abonado para teorías de la conspiración, proliferando multitud de opiniones, casi todas ellas radicalmente opuestas a la versión oficial. ¿Cuál de ellas es la buena? Depende de cada persona, ya que al final podemos sentirnos mucho más cómodos con una mentira que encaje con nuestra filosofía de la vida, que con la verdad (ahí tenemos a las religiones, por ejemplo). Pero lo principal es que sea cual sea la verdad, hay numerosas ocasiones en que no podremos diferenciarla de una mentira bien contada, y nos tragaremos esa mentira con anzuelo y todo. Ahí están los países con una censura más o menos férrea, donde los medios de difusión están al servicio exclusivo de los gobiernos, y se limitan a ser meras fuentes de propaganda. Y funcionan, vaya que si funcionan. Con la historia ocurre tres cuartos de lo mismo. Si toda tu vida has escuchado la misma versión y se descubre la verdad, cuesta llegar a aceptar que se ha vivido en una mentira, ya que lo que se debilita no es la realidad, sino algo más importante: tu propia identidad.

Me vienen a la mente varios casos que, sin ser de la misma magnitud de los hechos antes citados, si reflejan lo que se siente al ser engañado, así que voy a alejarme un poco de la realidad para enumerar cuatro casos de la ficción.

  1. Uno de ellos lo encontramos en una película de Hitchcock llamada ‘Pánico en la escena‘ (1950), en la que en una escena un protagonista cuenta lo que ocurrió en un teatro, mientras vemos un flashback de ello. Más adelante descubrimos que ese protagonista mintió, y que el flashback era falso. Hitchcock fue muy criticado por ello, y ese engaño es uno de los motivos por los que esta película se considera un film menor dentro de su filmografía.

  2. Otro caso es el de otra película, ‘Sospechosos habituales‘ (1995) dirigida por Bryan Singer, una de mis pelis favoritas. Aún recuerdo las emociones encontradas que me asaltaron al salir del cine la primera vez que la vi. Decir que iba caminando por las calles con cara de tonto, es poco. Entiendo perfectamente que el prestigioso crítico Roger Ebert la pusiese a caldo en su blog. Si no la habéis visto nunca, no os diré más para que podáis disfrutar de ella en toda su magnitud cuando os tropecéis con ella.

  3. El tercer ejemplo que voy a citar es el del cómic ‘Watchmen‘ (1987) de Alan Moore y Dave Gibbons, una obra maestra absoluta, cuyos distintos niveles de complejidad me siguen revelando cosas nuevas cada vez que lo abro. En él, asistimos a una gran mentira orquestada para detener una escalada de violencia que conllevaría la aniquilación de la especie humana. Algunos de los personajes de la historia se niegan a ser cómplices del engaño y prefieren incluso morir a formar parte de ese montaje.

  4. Por último, la película ‘Matrix‘ (1999), dirigida por los hermanos Wachowski, en la que se le da la opción al protagonista de vivir en una mentira confortable o descubrir la verdad de la cruda realidad.

¿Debemos entonces dudar de todo? Aunque como filosofía de vida tendría sus ventajas, no me parece que sea muy práctico. Hay ciertas barreras dentro de las cuales podemos movernos con tranquilidad y cómodamente, sin necesidad de estar en guardia o poner en cuarentena cualquier información. El principal nivel es, lógicamente, el del entorno familiar y de los amigos de confianza (como su propio nombre indica, son aquéllos en que puedes confiar en que no te traicionarán). Luego están los de las agencias periodísticas y medios de información serios, aunque ya es un terreno más resbaladizo. Más allá de esos límites, cada uno escoge cuanto quiere arriesgarse a la hora de aceptar por buena la información que nos llegue. La duda en sí misma no es mala, al contrario, es muy recomendable, pero es muy relativa también, ya que cada uno nos creeremos más fácilmente aquellas cosas que coincidan con nuestro punto de vista, pasando a un segundo plano el que sean verdad o mentira. Es posible que a lo largo del camino, hayamos rechazado algunas verdades por estar demasiado alejadas de nuestras creencias, y hayamos aceptado otras mentiras en su lugar, por no dudar de ellas debido a que sintonizan con nuestro sentido de la realidad. Los casos de víctimas de estafa por curanderos y adivinos ilustran este punto, ya que mucha gente cae presa de sus garras por preferir creerse esas mentiras (mentiras que ni siquiera se detienen a cuestionar) en lugar de aceptar la realidad de su situación. Dudar más a menudo no hará que alcancemos la verdad más fácilmente, pero sí dificultará que nos traguemos cualquier trola (versiones oficiales incluidas), al menos de primeras.

Es al creer que tenemos todas las piezas en su sitio, cuando más enfadados nos mostraremos si nos descubren una pieza defectuosa, estropeando la perfección del rompecabezas. A veces no queremos saber la verdad, sino que preferiremos estar cómodos con nuestro mapa del mundo, por muy falso que éste resulte, y nos enfadaremos contra quien sea por habernos dejado en evidencia, llegando a negar o ignorando descaradamente las pruebas que lo demuestren (esto sirve para temas que van desde infidelidades de pareja, hasta diagnósticos clínicos, etc., y puede estar detrás del arraigo de teorías como el creacionismo, geocentrismo, y similares, que aún hoy en día tienen un amplio calado y son tomadas como ciertas en muchas partes del mundo). Es como en ‘El traje nuevo del emperador‘: estar desnudo no es el problema, sino tener el valor de admitirlo. En el tema del 23-F, que es lo que ha ocasionado toda esta parrafada, así como en cualquier otro suceso de relevancia, la versión oficial puede ser tomada por buena o no, pero de ahí a poder afirmar que es “cierta” o que es “falsa” es sobre lo que nos previene Évole: en muchísimas ocasiones la única forma de descubrir que nos han mentido, es que nos lo digan al final. Y el verdadero drama no está en la incapacidad de poder descubrirlo por nosotros mismos, sino que radica en la pregunta “¿de verdad queremos que nos digan que nos han engañado?”. ¿Elegiríamos la pastilla azul o la roja?

Personalmente creo que esta emisión pasará a la historia de la televisión no por su calidad, que no es nada del otro mundo, sino por haber dejado en evidencia nuestra actitud ante la información. Posiblemente no hacían falta tales alforjas para este viaje, pero a la vista del resultado, el objetivo está más que conseguido.

Dejo para el final una idea que no deja de rondarme la cabeza. ¿Y si Évole no hubiese salido al final diciendo que era mentira? Tal comportamiento habría sido más que discutible, pero pensándolo fríamente, bien podía haber actuado así: no decir nada y que cada cuál sacase sus propias conclusiones. Claro que tampoco podremos estar seguros de que no nos haya mentido dos veces, y quién sabe si al final resulta que Garci sí que estuvo al frente de la puesta en escena del 23-F. Habrá que ver el especial del año que viene para descubrirlo.

 
5 comentarios

Publicado por en 25 febrero, 2014 en Artículos

 

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5 Respuestas a “Érase una vez un 23-F…

  1. Juan Pello

    25 febrero, 2014 at 14:25

    Magníficas reflexiones, Eloy. Enhorabuena.

     
  2. Eloyzinho

    26 febrero, 2014 at 15:17

    En el siguiente enlace comentan el interés de la gente por las teorías de la conspiración:

    http://esmateria.com/2014/02/26/por-que-creemos-en-teorias-de-la-conspiracion/

     
  3. David Rubio

    27 febrero, 2014 at 00:03

    Excelente artículo. Abordas el tema de la Verdad en la sociedad de la información con mucha coherencia. Personalmente pienso que estamos cada vez más cerca del «doblepensar» ese concepto tan fascinante de Orwell en 1.984. Tan peligrosa es la censura como la sobreinformación. Distinguir la verdad ya es muy difícil en nuestra vida diaria, en aquello que nuestros sentidos conocen. A nivel de prensa general creo que es ya una entelequia. La realidad, la verdad que cada uno asumimos como objetiva, está totalmente mediatizada por nuestras filias y fobias. Si mi creencia es que el poder político siempre miente, buscaré todos los argumentos conspiranoicos. Y así llegamos a situaciones como las que apuntas. Siempre pongo el ejemplo de la llegada del hombre a la Luna. He leído que fue un montaje realizado por Kubrick, incluso hay quien ve pistas de ello en su película «El resplandor». Hay referencias «científicas» donde se ponen de manifiesto las incongruencias de según qué fotos. Pero lo más curioso es que esos mismos son los que piensan que el gobierno USA oculta imágenes de una supuesta ciudad en la cara oculta. ¡Hay hasta videos! Evidentemente, yo, David, no puedo aportar pruebas de la llegada a la Luna, solo puedo acceder a información referida y posicionarme. Pero la información, una y otra, existe con la misma relevancia en Internet. Y eso en un tema tan icónico. Imaginaos en otros menos mediáticos. Jamás se podrá convencer a alguien que tiene unos prejuicios o un posicionamiento previo a la noticia.
    Por eso creo que la verdad ha muerto, No sé si en alguna vez existió. Pero ahora vivimos la época de la verosimilitud y que cada uno elija según sus creencias lo que más le convenga.
    Respecto a lo que mencionas de ¿qué hubiera pasado si no hubiera dicho nada Évole sobre la falsedad de esa información? Creo que la respuesta es evidente. Al día siguiente escándalo en los medios más derechistas, conversaciones en bares y foros, donde unos dirían que eso se lo inventó y otros que ahora les cuadra todo. Y, pasado un tiempo, esa versión se acoplaría al acerbo de información de la sociedad como una opción verosímil. Pero nadie se hubiera indignado ni se hubiera sentido estafado.
    Saludos y reitero que me pareció un artículo fantástico y muy bien argumentado.

     
    • Eloyzinho

      28 febrero, 2014 at 06:39

      Muchísimas gracias, David 😀

      En ocasiones sí que es difícil no evitar tener la sensación de haber perdido el contacto con la realidad, sobre todo con respecto a temas controvertidos que den lugar a gran variedad de opiniones. No he visto el documental que mencionas sobre la llegada del hombre a la Luna, aunque si nadie salió desmintiéndolo al final, es probable que haya gente que dé por bueno su contenido. Creo que eso mismo también puede darse con el tema de las leyendas urbanas, que no menciono en el artículo, pero que da forma a algunos de nuestros miedos modernos, y que una vez creadas se propagan como un virus, son muy difíciles de ignorar y no encuentran demasiados obstáculos antes de ser tomadas por ciertas.

      Lo que dices sobre el posible efecto de que Évole no hubiese confesado que era un montaje pienso que es acertado, y sí que hubiese originado una gran controversia. Se habría visto forzado a desmentirlo a los pocos días, pero aún así es probable que muchos interpretasen esa declaración como una maniobra de despiste, o una disculpa forzada por terceros, y no habría quien los conveciese de que efectivamente lo que se contaba en ‘Operación Palace’ era falso. Simplemente tendríamos una nueva teoría de la conspiración sobre el 23-F. Por unas circunstancias o por otras, en esta ocasión no será el caso.

      Muchas gracias de nuevo 🙂 Saludos.

       

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